VP20 Progresos técnicos y retrocesos éticos (continuación)
La guerra entre ambos ingenieros y entre ambas compañías por el control del recién nacido mercado eléctrico tuvo una consecuencia indeseable.
Tesla había inventado el generador de corriente alterna (c.a.) y el sistema para transportar dicha corriente a largas distancias, pero antes Edison había ideado un sistema similar basado en la corriente continua (c.c.). Gracias a la ley de patentes, cuya primera muestra fuera aprobada en Francia precisamente un 7 de enero de 1791, cada uno disponía del monopolio para explotar su propio sistema de generación y distribución eléctrica. La evidencia experimental demostraba que el sistema de Tesla basado en la c.a. era más eficiente y seguro que el sistema de Edison basado en la c.c.
En aquel final del siglo XIX, las técnicas del marketing y de las relaciones públicas empezaban a despuntar, y Edison consideró que la puesta a punto de una máquina "moderna" para la ejecución de presos basada en la c.a. de Tesla, sería una propaganda negativa que desacreditaría el invento de su rival.
La silla eléctrica se impuso a pesar de ser (o quizás por eso) uno de los métodos de ejecución más brutales, sólo comparable en crueldad a la muerte en la hoguera. La tecnología de la silla eléctrica se probó con gatos y perros, pero su puesta de largo se llevó a cabo en Nueva York con la ejecución del primer ser humano, el reo William Kemmler en 1890. Pero por su espectacularidad, la electrocución más famosa fue la de la elefanta Topsy en el 1903.
Este animal del zoo de Nueva York había matado a tres personas y su ejecución fue todo un espectáculo.
Se consideraba que la silla eléctrica era más humana que la horca, pues el condenado moría sentado. Nada más lejos de la realidad. La electrocución duraba varios minutos y provocaba el vaciado de todos los esfínteres y la eyección violenta de vómitos y orines al vibrante ritmo de 40 revoluciones por segundo, fluidos orgánicos a presión que traspasaban las tramas de la ropa. Las órbitas de los ojos reventaban y el cuerpo se calentaba a temperaturas superiores a los 60 grados. Saltaban chispas de los electrodos carbonizando las superficies de contacto y desprendiendo columnas de humo que viciaban el aire con su nauseabundo hedor a carne quemada.
La silla eléctrica fue producto de las rencillas entre Tesla y Edison, e ilustra la parte oscura de la segunda revolución industrial. La parte brillante fue el invento de los electrodomésticos y la consiguiente liberación del ama de casa de las tareas más tediosas del hogar.
Pero incluso estos avances tuvieron su claro-oscuro. La servidumbre que sufría la mujer en aquel modelo social machista, hizo que esa mayor disponibilidad de tiempo se tradujera en un pluriempleo en puestos precarios y mal pagados. Muchas siguieron con las faenas del hogar cada vez menos valoradas. Otras empezaron a trabajar fuera de casa sin recibir ninguna ayuda en sus labores domésticas ni reconocimiento especial, y se sintieron explotadas. Tanto unas como otras tenían razones para sentirse deprimidas. Así la revolución de los electrodomésticos trajo aparejada una revolución farmacológica, la de los antidepresivos dirigidos específicamente a aliviarlas.
Tesla había inventado el generador de corriente alterna (c.a.) y el sistema para transportar dicha corriente a largas distancias, pero antes Edison había ideado un sistema similar basado en la corriente continua (c.c.). Gracias a la ley de patentes, cuya primera muestra fuera aprobada en Francia precisamente un 7 de enero de 1791, cada uno disponía del monopolio para explotar su propio sistema de generación y distribución eléctrica. La evidencia experimental demostraba que el sistema de Tesla basado en la c.a. era más eficiente y seguro que el sistema de Edison basado en la c.c.
En aquel final del siglo XIX, las técnicas del marketing y de las relaciones públicas empezaban a despuntar, y Edison consideró que la puesta a punto de una máquina "moderna" para la ejecución de presos basada en la c.a. de Tesla, sería una propaganda negativa que desacreditaría el invento de su rival.
La silla eléctrica se impuso a pesar de ser (o quizás por eso) uno de los métodos de ejecución más brutales, sólo comparable en crueldad a la muerte en la hoguera. La tecnología de la silla eléctrica se probó con gatos y perros, pero su puesta de largo se llevó a cabo en Nueva York con la ejecución del primer ser humano, el reo William Kemmler en 1890. Pero por su espectacularidad, la electrocución más famosa fue la de la elefanta Topsy en el 1903.
Este animal del zoo de Nueva York había matado a tres personas y su ejecución fue todo un espectáculo.
Se consideraba que la silla eléctrica era más humana que la horca, pues el condenado moría sentado. Nada más lejos de la realidad. La electrocución duraba varios minutos y provocaba el vaciado de todos los esfínteres y la eyección violenta de vómitos y orines al vibrante ritmo de 40 revoluciones por segundo, fluidos orgánicos a presión que traspasaban las tramas de la ropa. Las órbitas de los ojos reventaban y el cuerpo se calentaba a temperaturas superiores a los 60 grados. Saltaban chispas de los electrodos carbonizando las superficies de contacto y desprendiendo columnas de humo que viciaban el aire con su nauseabundo hedor a carne quemada.
La silla eléctrica fue producto de las rencillas entre Tesla y Edison, e ilustra la parte oscura de la segunda revolución industrial. La parte brillante fue el invento de los electrodomésticos y la consiguiente liberación del ama de casa de las tareas más tediosas del hogar.
Pero incluso estos avances tuvieron su claro-oscuro. La servidumbre que sufría la mujer en aquel modelo social machista, hizo que esa mayor disponibilidad de tiempo se tradujera en un pluriempleo en puestos precarios y mal pagados. Muchas siguieron con las faenas del hogar cada vez menos valoradas. Otras empezaron a trabajar fuera de casa sin recibir ninguna ayuda en sus labores domésticas ni reconocimiento especial, y se sintieron explotadas. Tanto unas como otras tenían razones para sentirse deprimidas. Así la revolución de los electrodomésticos trajo aparejada una revolución farmacológica, la de los antidepresivos dirigidos específicamente a aliviarlas.
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